Violencia estética como fuente de malestar

Violencia estética como fuente de malestar

La belleza, mostrándose como un concepto tan abstracto, ha sido un claro campo de estudio y análisis a lo largo de la historia. Sin embargo, pese a esta aparente abstracción, pensemos, ¿no existen ya ciertas normas o modelos que dictan lo que es bello y lo diferencian de aquello que enuncian como feo? Sin arriesgarnos demasiado, podríamos responder afirmativamente a dicha pregunta. Al dar pasos atrás en el tiempo, observamos que a lo largo de los siglos, la sociedad se ha servido de cronológicos cánones de belleza con los que simplificar y acotar, o mejor dicho, encorsetar la belleza. Dicho esto, en Psytel Psicólogas Especialistas te explicamos el malestar que acaban generando tales ideales.

En un primer momento, al reflexionar sobre la belleza, no tardamos en toparnos con la concepción de la imagen corporal. En términos generales, al afirmar que “una persona es bella”, se está aludiendo a que tiene un buen aspecto físico y esto, a su vez, implica que se aproxima a los cánones de belleza dictados por la norma social. Asimismo, si hablamos de norma social, podemos entender que gracias a ella existe un modelo “deseable” a través del cual, las personas nos podemos ir comparando para ver si nos acercamos, en mayor o en menor medida, a dicho ideal de belleza acotado. Una vez uno sabe si es bello o no (en el sentido normativo), surge la comparación social mencionada previamente: una persona se compara con el resto para saber quién muestra mayor nivel de belleza. Y, llegados a este punto, podemos llegar a la conclusión de que la belleza acaba formulándose como una forma de encontrar valor en las personas.

Entendiendo que al acercarnos a los cánones de belleza, seremos más válidos y deseables para el resto, emprendemos una lucha constante para ajustar nuestra imagen corporal a una similar a la presupuesta por los cánones, así surge: la depilación, las dietas, largas rutinas faciales y corporales, tangas incómodos, corsés, fajas, implantes, “operación bikini”, tacones, batidos détox y, un largo etcétera. Belleza y dolor ciertamente llegan a entrelazarse por momentos. Sin embargo, pese a nuestro esfuerzo, nunca es suficiente.

VIOLENCIA ESTÉTICA

Pero, dicho esto, ¿cómo se siente la presión de la violencia estética?

Al enfrentarnos, día tras día, a la larga lista de pasos que hay que dar para cumplir con lo esperado, el bienestar va disipándose poco a poco.

En primer lugar, no se está permitiendo al cuerpo que se desarrolle, explore, se satisfaga, respire, etcétera, de la forma natural. En otras palabras, perseguir cánones de belleza fomenta hábitos poco saludables, como por ejemplo: irritaciones de piel por las constantes depilaciones, dificultades en la respiración por la ropa asfixiante, mala nutrición por intentar seguir dietas imposibles.

En segundo lugar, la presión de ajustarse a los cánones de belleza también conlleva un deterioro del bienestar mental. De hecho, ¿alguna vez has sentido que mirarte al espejo puede llegar a ser incluso doloroso? No sentirse bello lo traducimos en no sentirse válido, en no encajar, y esta forma de descalificarse genera un gran sufrimiento en las personas (Breines, Crocker y García, 2008).

Ya desde la preadolescencia existe un desfase entre la imagen corporal real y la deseada (Palomares et al., 2017) y, cuya insatisfacción influye negativamente en la autoestima (Davison y McCabe, 2006). A su vez, se puntualiza que son las chicas las que se muestran más preocupadas, exigentes y descontentas con su aspecto físico (Palomares et al., 2017). Estos resultados no sorprenden, pues efectivamente son las niñas las que están expuestas a una educación sexista que las vincula constantemente con la belleza y su aspecto físico. Esta educación proviene de distintas áreas, como por ejemplo de los medios de comunicación (Fredrickson y Roberts, 1997) o de la familia, pareja y amistades, quienes fomentan los estándares de belleza y, más concretamente, de la delgadez (Wertheim et al., 1997). De hecho, en el imaginario colectivo observamos la normalizada “operación biquini” y los persistentes comentarios del tipo “qué guapa, te veo más delgada”.

Según afirman Dunn et al. (2010), la visión de la delgadez como fórmula para alcanzar la belleza, influye en el hecho de que más de la mitad de los preadolescentes desean estar más delgados. Y, a partir de esta búsqueda de la delgadez, se multiplican los casos de trastornos alimenticios (Calogero, Davis y Thomson, 2005), generando así mucho sufrimiento en quien lo vive en primera persona o de forma cercana.

De esta manera, entre las posibles consecuencias de la insatisfacción con la imagen corporal, podemos encontrarnos:

  • Disminución de la autoestima.
  • Mayores riesgos para la salud mental, por ejemplo, sufriendo un depresión.
  • Posibilidad de sufrir un TCA (trastorno de la conducta alimenticia).
  • Mayor probabilidad de autolesionarse.
  • Disfunción sexual.
  • Tender a la cosificación y, subsiguiente, autocosificación.

 

En sentido general, observamos que el malestar que cada uno tiene con su respectiva corporalidad acaba traspasando las barreras de la vida profesional, social, personal e, incluso, de la vida íntima de las personas. No sentirse en un estado de comodidad con el propio cuerpo implica que las relaciones sexuales en sí mismas no tendrán el foco de nuestra atención, sino que se llegará a pensar “cómo verá la/s otra/s persona/s mi cuerpo en una postura u otra”, por ejemplo.

Tras este recorrido por el malestar generado por la violencia física, podemos preguntarnos: ¿qué puedo hacer yo para no formar parte del malestar sufrido por otras personas? Así, se nos podrá ocurrir la idea de dejar de hacer comentarios sobre el físico de las personas, entre otras cosas. ¿Se te ocurre alguna idea más?

Autores del presente artículo:

Marta Rivas Pérez